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  • Foto del escritorDaniel Arnaldos

reina de misericordia

Actualizado: 30 mar 2021

Todos juntos, compartiendo un espacio físico que es de todos, la calle, cantamos una simple melodía. Hay quien se la sabe muy bien porque la lleva cantando desde niño, quien se la acaba de aprender y otros que la está escuchando por primera vez. Da igual. Todos estamos invitados a usar nuestra voz. Nuestra voz, que otras veces utilizamos para expresar lo que nos hace únicos y nos diferencia del resto, ahora se suma a la voz de nuestros vecinos. En ese momento no importa si eres rico o pobre, si eres hombre o mujer, da igual a quién quieras, a quién votes e incluso si crees en Dios o no. Nadie está excluido. Sin excepciones.



Este escenario te sonará si has estado alguna vez en Cartagena durante la Semana Santa y al final de alguna procesión te has acercado a la puerta de la iglesia de Santa María para cantar la Salve. Es realmente algo muy emocionante. Para mí, este evento representa lo mejor del cristianismo y también de lo que es capaz la música. Se trata de ese cristianismo que pone en evidencia lo que tenemos en común, lo que nos une: que somos humanos, que estamos vivos y que sufrimos. Pone el foco en el hecho de que, siendo individuos, formamos parte de una comunidad, porque convivimos en un espacio, y que no nos queda otra que escucharnos y entendernos. Ese cristianismo que además tiene como prioridades la tolerancia y la igualdad. La salve cartagenera tuvo también un gran impacto en mí como futuro músico. Ahí aprendí de pequeño que cuando cantamos juntos somos más que la suma de los individuos y así veo hoy mi trabajo como cantante de ópera, como la gran colaboración que es, entre personas que piensan diferente, que hablan distintos idiomas, que tienen diferentes habilidades en diferentes campos del arte. Y todos trabajamos juntos con un objetivo común: la música, que nos une y nos invita a entendernos. Ese es el poder de la música, el poder del canto y el poder de la ópera.


De niño, recuerdo con claridad que mientras cantábamos la salve, me sentía aceptado. Por eso era para mí también un momento excepcional, porque en mi día a día rara vez me sentía “normal”. Crecer en Cartagena alrededor del cambio de milenio siendo LGTBQueer no es fácil. La soledad, el rechazo, los insultos e incluso la violencia son lo "normal" para las personas que se salen de la “normalidad” establecida. Cuando cualquier indicio de diversidad es mirado con sospecha, el deseo de aceptación hará que cualquier niño, entre los que me incluyo, esconda su verdadera identidad para evitar la marginación y el bullying. Hoy, con 31 años, sigo luchando para sanar las heridas que generan la exclusión, que a los que somos como yo nos hacen más propensos a tener baja autoestima, ansiedad, depresión e incluso a querer quitarnos la vida. Cuando crecemos en una sociedad que nos odia por existir, ese odio se interioriza y nos habla como un pepito grillo oscuro recordándonos lo poco que valemos. Nos dice cosas como: “Nadie te va a querer nunca porque no mereces ser querido”, “Da igual cuánto practiques o estudies, no tienes lo que hay que tener” y un largo etc. Yo no me atreví de adolescente a ser mi auténtico yo porque necesitaba el respeto de mis compañeros. Tenía miedo de ir por la calle mostrando mi verdad porque había riesgo de ser agredido verbal o físicamente. ¿Es esto lo que queremos hoy para nuestros niños? Este ha sido el pasado de muchos, mi pasado. ¿Tiene también que ser el presente y el futuro? Lo que yo deseo para Cartagena no son más que esos valores cristianos milenarios de los que hablaba antes. Lo que quiero es que trabajemos juntos para convertirnos en una ciudad que acepta y ayuda a quien lo necesita, sin importar cómo te expreses o cómo te sientas, una ciudad capaz de motivar a los estudiantes a desarrollar todo su potencial en el campo que elijan, una ciudad respetuosa, bondadosa y amable.

Esta versión mía de la Salve Cartagenera es tanto mi homenaje a la Cartagena que me acepta como soy, como mi protesta contra lo que supone un retroceso en los derechos y libertades individuales y que condenará a muchas personas a sufrir violencia simplemente por ser. Pongamos fin al odio, fomentemos a la diversidad.



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